domingo, 31 de mayo de 2009


Ven Espíritu Santo, para unirnos al Padre a través de su Hijo

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-23



Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo:
«¡La paz esté con ustedes!
Como el Padre me envió a mí,
Yo también los envío a ustedes».
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
«Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados
a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos

sábado, 16 de mayo de 2009

Ven y sígueme...

Ven y sígueme...

Jesús tuvo muchas oportunidades de conocer y encontrarse con la gente mientras predicaba.

Muchos venían a Jesús en busca de alguna curación, como el leproso, que, arrodillándose delante suyo, le dijo: "Señor, si quieres, tú puedes limpiarme" (Mt 8, 2), o el ciego de Jericó, quien al enterarse de que Jesús estaba pasando por allí, gritó sin parar: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48).

Otros, en cambio, buscaban encontrar algo en Él que quizás no sabían explicar. Así, el pequeño Zaqueo "quería conocer a Jesús" (Lc 19, 3), y con firme decisión subió a un árbol para poder verlo, pues el gentío lo tapaba y no se lo permitía.

A lo largo del tiempo, todos nos hemos encontrado con Jesús en el camino, y podemos decir que tuvimos, una o mil veces, la oportunidad de conocerle. ¿Cuál es tu caso? ¿Lo andas buscando, o te has topado con Él sin quererlo?

Pues cualquiera que sea tu realidad particular, estás hoy ante la gran decisión de tu vida: "Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia... Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida" (Dt 30, 15.19).

Si vienes a Él movido por una situación difícil, debes saber que Jesús te quiere ayudar y darle a tu vida el sentido que puede estar necesitando.

Si lo que te acerca a Cristo es una circunstancia favorable, comparte esa felicidad con quien más te ama, y descubrirás que la fuente de esa bendición es Cristo mismo.

En uno u otro caso, hay Verdades Fundamentales que todo cristiano debe conocer. Éstas son:

1. DIOS TE AMA

Sí, y lo hace de una manera personal, incondicional y, además, quiere lo mejor para ti. Para el Señor, el amor es darse, y darse totalmente, hasta el punto de dar la propia vida por sus amigos, que es la forma más perfecta de amar (Cf. Jn 15, 13).
Él nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Él no te ama porque seas bueno, sino porque Él es bueno, y Él es AMOR: «El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1 Juan 4, 8).

El amor de Dios no te pone condiciones; por ello, Él ni siquiera te pide que primero lo ames, sino que te dejes amar por Él. ¿Lo harás?


2. ERES PECADOR, Y ESE PECADO TE ALEJA DE DIOS
Pecamos porque no confiamos en Dios ni queremos depender de Él, y este pecado nos impide experimentar Su amor. En vez de adorar al Dios verdadero, adoramos ídolos que terminaron por empobrecernos. Estos ídolos eran obras de nuestras manos, de nuestra inteligencia y técnica, que nos llenaron de orgullo, y las adoramos. En fin, nos adoramos de esa forma a nosotros mismos, siendo infieles a la alianza de amor con Dios.
En Dios encontramos a ese Padre bondadoso que está esperando con los brazos abiertos nuestro retorno a la casa paterna a través de la conversión. Pero para ello es necesario el arrepentimiento de nuestra parte. Ese arrepentimiento no sólo es fundamental para el hombre, sino un mandato de Dios. Por ello, reconoce humildemente tu pecado:
«...todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios» (Romanos 3, 23).




3. JESÚS ES TU ÚNICO SALVADOR
La solución para el pecador es Jesucristo. Él es el único que puede salvarte:
«Para los hombres de toda la tierra no hay otro Nombre por el que podamos ser salvados» (Hechos 4, 12).
Jesús te salva y perdona; ya pagó el saldo pendiente al precio de su sangre. Jesús nos salva –es decir, nos hace libres– de nuestros temores, de nuestro egoísmo, de ese Yo que nunca está satisfecho y pide cada vez más.


Jesús nos salva además del mundo de las apariencias y la mentira en que muchas veces vivimos, y que nos obliga a llevar siempre máscaras puestas: máscara de ser fuertes, exitosos, felices, alegres, santos, ejemplares... Nos salva también Jesús de nuestra vida sin sentido, sin límites, sin dignidad, dominada por el deseo de placer, de acumular poder y dinero.
Pero no sólo son las ataduras personales y terrenales las que nos afectan. Jesús, a través de su muerte en la cruz y de su gloriosa resurrección, venció a los enemigos más terribles que tenemos: el pecado, la muerte y Satanás.


4. ACEPTA LA SALVACIÓN QUE TE OFRECE CRISTO

Cree y conviértete. Jesús ya ganó la nueva vida para ti. Entonces, recíbela creyendo y volviéndote a Él. La Fe es creer en Alguien, en una Persona, que es Jesús. Por ello, PROCÁMALO COMO TU ÚNICO SALVADOR y renuncia a cualquier otro medio de salvación:
«Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación» (Romanos 10, 9–10).

Arriesgarse a ser libre requiere valor, es un acto de fe, pues es mucho más fácil seguir siendo un esclavo de los demás y de las propias ataduras que nos dominan. Pero no busques lo más fácil...
Por nuestro Bautismo, todos recibimos nuestro “boleto ganador” del Gran Premio de la Salvación. Pero si no lo reclamas, ese premio nunca será tuyo.


5. LA PROMESA ES PARA TI
La salvación de Jesús se hace presente por medio de su Espíritu. Con su fuerza, serás su testigo:
«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes, y serán mis testigos... hasta los extremos de la tierra» (Hechos 1, 8).
Entonces, pide y recibe el don del Espíritu Santo.
No basta con saber que necesitamos del Espíritu Santo. Tenemos que beber de él. Tiene que ocurrirnos algo, un acontecimiento renovador que nos haga despertar, que inflame nuestra alma de un amor ardiente y nos convierta en esa luz para el mundo que Cristo espera que seamos (cf. Mt 5, 14). Tiene que ocurrirnos lo mismo que a los apóstoles. Tenemos que vivir nuestro “pentecostés personal”.
Esta es la experiencia que llamamos efusión o bautismo en el Espíritu, mediante la cual se libera en nosotros el Espíritu Santo recibido en nuestro bautismo sacramental, y que por descuido y falta de interés de nuestra parte ha permanecido durante mucho tiempo limitado y sin poder ejercer su acción libremente en nosotros. Como producto de este encuentro nuevo, vivo y palpitante con Cristo muerto y resucitado, nos abrimos totalmente a la persona del Espíritu Santo y a su acción en nuestro ser.
Es una verdadera renovación interior que se traduce en un cambio exterior, y que nos mueve a comunicar esta maravillosa experiencia a los demás, como quien pasa a otro una antorcha encendida. La experiencia de la efusión del Espíritu es un verdadero despertar a la vida, el inicio de nuestra vida nueva en el Espíritu.






6. JESÚS ESTÁ EN TU COMUNIDAD
No basta nacer de nuevo, hay que crecer en la Vida nueva. Necesitas por ello integrarte a una comunidad cristiana que alimente tu fe. Cristo está en tu hermano. Por ello, persevera en tu grupo de oración o comunidad. Sobre todo en esta etapa inicial de tu nueva vida en Cristo, es fundamental que te congregues con otros hermanos con quienes puedas compartir tu fe:
«Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno en su lugar es parte de él» (1 Corintios 12, 27).

Reflexiona sobre tu compromiso con nuestra Iglesia, y bendice al Señor desde lo más profundo de tu ser, has sido incorporado mediante el bautismo a la única Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él (Lumen gentium 8).
Si tú has encontrado a Cristo en tu Iglesia, si has hallado el camino de salvación, de libertad y de vida eterna en ella, ama a tu Iglesia, identifícate con ella, defiéndela y contribuye a mejorarla con tu aporte, que será tu servicio.



Y AHORA, ¿QUÉ DEBES HACER?
Ora todos los días, sobre todo mediante la alabanza.
Lee asiduamente la Palabra de Dios.
Frecuenta los sacramentos. Asiste con fervor a la Eucaristía dominical.
Persevera en tu comunidad.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 9-17


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 9-17


Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
Como el Padre me amó,
también Yo los he amado a ustedes.
Permanezcan en mi amor.
Si cumplen mis mandamientos,
permanecerán en mi amor,
como Yo cumplí los mandamientos de mi Padre
y permanezco en su amor.
Les he dicho esto
para que mi gozo sea el de ustedes,
y ese gozo sea perfecto.
Éste es mi mandamiento:
Ámense los unos a los otros,
como Yo los he amado.
No hay amor más grande
que dar la vida por los amigos.
Ustedes son mis amigos
si hacen lo que Yo les mando.
Ya no los llamo servidores,
porque el servidor ignora lo que hace su señor;
Yo los llamo amigos,
porque les he dado a conocer
todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí,
sino Yo el que los elegí a ustedes,
y los destiné para que vayan y den fruto,
y ese fruto sea duradero.
Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre,
Él se lo concederá.
Lo que Yo les mando
es que se amen los unos a los otros.



Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf


Como nos pongamos a analizar y comentar todos los puntos que nos ofrece Jesús a nuestra consideración con el Evangelio de hoy, tenemos para rato... ¡Cuántas cosas en tan pocas palabras! Cada frase nos abre un mundo. Está Jesús despidiéndose de los apóstoles antes de ir a la pasión y a la muerte, y les habla con el corazón encendido, a la vez que muestra ternura y comprensión, junto con mucha firmeza:
* Como el Padre me ha amado, así os he amado yo
¡Permaneced en mi amor!
Y permaneceréis en mi amor si guardáis mis mandamientos.
Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
No hay amor más grande que éste: dar la vida por los amigos.
Yo no os voy a llamar siervos, sino amigos, porque no os guardo ningún secreto, sino que os digo todo lo que sé de mi Padre.
No me habéis escogido vosotros a mí, sino que yo os he escogido a vosotros.
Y os he escogido para que vayáis y produzcáis fruto, un fruto que permanezca.
Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, mi Padre os lo concederá.
Os lo repito. Esto os mando: que os améis los unos a los otros. *
¿Exageramos al decir que tenemos para rato si nos ponemos a comentar cada uno los miembros de este Evangelio del Señor?... Puestos a compendiarlos en un pensamiento central, podríamos decir que todos se reducen al amor, un amor que llegará a la intimidad de los amigos y a la generosidad sin límites.
El amor a los hermanos estará inspirado en el amor que se tienen el Padre y Jesús en el Espíritu Santo, y en el amor que nosotros le tenemos a Cristo, amor que será un imposible si no se derrama también en los demás hombres.
La generosidad, por otra parte, se manifestará en un cumplir en su totalidad lo que Jesucristo nos pide a nosotros, y en un volcarse de Dios de tal modo a nosotros que no nos va a negar nada, nada de lo que nosotros queramos y le pidamos en nombre de Jesús.
Llama ante todo la atención el hecho de que Jesús se constituya en un mendigo de amor. Esa expresión suya: ¡Permaneced en mi amor!, llena de emoción a cualquiera. ¿Dios, pordiosero de amor? ¿Qué no tiene bastante con el de los ángeles y santos del Cielo, que viene ahora a suplicarlo como una limosna en la tierra?... Pero, así es. Hasta que no entendamos eso de la Encarnación, o sea, que Dios se hizo verdadero hombre, y que Jesús es uno más de nosotros, con todas las cualidades, necesidades y exigencias de la naturaleza humana, no entenderemos a Jesucristo. ¿Y hay una exigencia mayor que la necesidad de amar y de ser amado? Entonces entendemos lo primero que Jesús nos pide hoy:
- ¡Amadme! ¡Y que vuestro amor a mí no se enfríe nunca!...
Este amor lo quiere Jesucristo efectivo en nuestra vida. No le interesa nada lo que llamamos amor romántico: suspiros tiernos que se quedan en nada, pues no se traducen en realidades. El cumplir los mandamientos de Dios es la prueba de que efectivamente queremos a Jesucristo sobre todas las cosas.
Todos esos mandamientos, sin embargo, Jesucristo los reduce hoy más que nunca al mandamiento del amor fraterno. Si nos amamos entre nosotros, somos de Cristo. Si no reina el amor en medio de nosotros, Jesucristo se ausenta de nuestro lado.
Y este amor es tan universal, que no excluimos a nadie. Ni al pagano tan siquiera. En la primitiva Iglesia se daba el caso bien claro. Encerrada en sí misma, no acababa de abrirse a los paganos. Cuando Pedro, como cabeza de los apóstoles, acepta al centurión Cornelio, fue duramente criticado:
- ¿Por qué le has dado el Bautismo?
Y Pedro se defiende con una razón tumbativa:
- ¿Cómo puedo negar el Bautismo al que Dios ha escogido libremente y le ha dado el Espíritu Santo igual que a nosotros?...
Gracias a Dios, que en la Iglesia se nos está metiendo bien esta lección. La Iglesia respeta a todos. Acepta a todos. Ama a todos. Porque en todos los hombres ve la huella de Dios y la invitación de Jesucristo a la vida cristiana. La Iglesia se abre a ellos y les da
el testimonio de nuestra fe. No obliga a nadie, no fuerza a nadie. Se contenta con decir, más que con palabras con el testimonio del amor:
- ¿Ves? Éste es el Dios nuestro. ¿Ves? Este es Jesucristo a quien nosotros tenemos por el Salvador. ¿Ves? Tú también puedes ser de los nuestros. La puerta la tienes abierta...
Cuando así amamos a Jesucristo y nos amamos todos, el amor es capaz de hacer maravillas. Por Jesucristo se renuncia a todo. Por Jesucristo se da la vida. Por Jesucristo, que vive en el pobre, en el enfermo, en el preso, en el morador de la selva o de la montaña inaccesible, o en unas chabolas del los vergonzosos cinturones de las grandes y ricas ciudades..., por ese Jesucristo necesitado de ayuda se juegan muchos la vida, pues saben que no hay amor más grande que dar la vida por esos a quienes uno quiere...
Dios responde entonces haciéndonos de tal manera caso que no se nos niega a nada: Pedid, que os daré todo lo que me pidáis en nombre de ese mi Hijo a quien tanto amo...
¡Señor Jesucristo! Te amamos. Nos amamos como Tú nos mandas. Queremos hacer mucho por ti.
¿Nos dices ahora que pidamos a cambio lo que queramos, porque el Padre está dispuesto a darnos lo que nos venga bien? ¿Y qué quieres que le pidamos? Con sólo una cosa nos contentamos... ¡Que el Padre nos dé el quererte cada vez más!...

lunes, 11 de mayo de 2009

Terminó el primer Seminario de vida en el espiritu


Hemos terminado el Primer Seminario de vida en el espíritu de esta Año.El lema era "todos quedaron llenos del espíritu santo" , y siento que se vivió así.Gracias señor por tu presencia, gracias Señor por tu amor , por que no te hiciste desear, caminaste entre nosotros.Ya se proclamó el kerygma!!!!Ahora veremos los frutos del espíritu.