sábado, 17 de enero de 2009
La Conversión .Cuarto módulo del seminario de vida en el Espiritu Santo
Agradar a Dios sólo depende de nuestros esfuerzos por cumplir sus mandamientos.
Lo único que queda al pecador es reconocer su pecado, pedir perdón, aceptar el
castigo y seguir adelante haciendo esfuerzos por ‘contentar’ a Dios con sus obras.
A Dios le agradan las obras, no nuestros buenos deseos: “obras son amores y no
buenas razones”. Si no tienes fuerzas para agradar a Dios debes resignarte a seguir así
toda la vida y esperar que al fin de tu vida ‘Dios te agarre confesado’.
Y también se expresan estas soluciones:
No aceptar la existencia del pecado y practicar la permisividad. Esto impide que se abra
en el corazón la bella flor de la conversión.
La falsa humildad, búsqueda ansiosa del propio abajamiento y en el fondo un orgullo
enmascarado. Es una expresión de un vago sentimiento de culpa que encadena al
corazón y lo paraliza, lo hace esquivar el momento de la verdad que permite conocer
el propio pecado.
Lo que Dios pide de nosotros es la Conversión
a) Las reacciones anteriores no son evangélicas, son más bien naturales, y a1gunas
hasta paganas. La Palabra de Dios, en cambio, nos enseña que:
• Dios envió a su Hijo para buscar a los pecadores, no a los justos. ¡Dios busca
pecadores!.
• La voluntad de Dios es que creamos en Jesucristo que vino a salvarnos del pecado
con su muerte y con su resurrección.
• Al pecador le pide que se convierta y ame mucho
b) Convertirse es ante todo reconocerse pecador, que ha ofendido a Dios. Los que se
creen justos no pueden fácilmente convertirse. Por eso Jesucristo nos dice: “los publicanos
y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios” (Mt. 21, 31). Ellos no tienen
dificultad en admitir que son pecadores porque sus pecados son evidentes.
c) Convertirse es cambiar la dirección de nuestra vida dirigiéndola hacia Dios, y
apartarnos de la dirección a la que nos conduce el pecado. Cada pecado marca una
dirección: busca lo que no es Dios como si fuera más importante que Dios. “La
penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una
conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión
del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo
tiempo comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la
misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón
va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron “animi cruciatus”
(aflicción del espíritu), “compunctio cordis” (arrepentimiento del corazón) Convertirse
es corregir esta dirección de nuestra vida y de cada uno de nuestros actos.” (CIC
1431).
Una palabra hermosa de los antiguos mexicanos, yolmelahualiztli, fue usada para significar
la “acción de enderezar los corazones”.
d) Convertirse es poner nuestra pecaminosidad ante Dios, con sinceridad y sencillez,
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sabiendo que nuestra situación no es motivo para que El nos rechace; por el contrario,
nos busca con amor para que, si lo aceptamos, El nos cambie el corazón, del cual sale
todo pecado. Como dice un poeta:
Yo contigo, Señor, herido y ciego;
tú conmigo, Señor, enfebrecido,
el aire quieto, el corazón en fuego.
Y en diálogo sediento y torturado.
Se encontrarán en un solo latido,
Cara a cara, tu amor y mi pecado.
No hay una experiencia más dulce en la vida que el encuentro con la misericordia de
Dios.
e) “La conversión es una lucha con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no
cesa de llamarnos” (CIC 1426). “Es el movimiento de un corazón contrito” (Sal. 51,19),
atraído y movido por la gracia (Cfr. Jn. 6, 44; 12, 32) a responder al amor misericordioso
de Dios que nos ha amado primero (Cfr. Jn. 4, 10) (CIC 1428).
f) La contrición, la compunción del corazón y la aflicción de espíritu nada tienen que ver
con un malsano complejo de culpa. Contrición significa literalmente “hacer pedazos” y
se refiere a deshacer todo lo que en el corazón cubre la imagen de Dios que hay en
nosotros; compunción, significa, también literalmente, hacer una punción para que
salga el mal, no para destruir. La aflicción del corazón es el dolor amoroso de quien ha
ofendido a quien le ama.
Las consecuencias de la Conversión.
a) La conversión rompe el dique del pecado y Dios irrumpe con la violencia de su
amor sobre nosotros. “La ira de Dios se enciende contra toda iniquidad” (Cfr. Rm. 1, 18).
Cuando el pecado esclaviza a “la única criatura a la que Dios ama por sí misma”, el
hombre, El no puede menos que encolerizarse. Pero la ira de Dios se convierte en un
fuego devorador “Yahvé, tu Dios, es un fuego devorador, un Dios celoso” (Dt. 4, 24).
b) Dios anda tras del pecador con amor de quien ha sido abandonado: “tanto amó Dios
al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga
vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por El” (Jn. 3, 16-17). El conocimiento de Dios no se logra por la
exposición de ideas hermosas, sino por la experiencia de su misericordia.
c) “La primera obra de la gracias del Espíritu Santo es la conversión, que obra la
justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio. “Convertios porque el
Reino de los cielos está cerca” (Mt. 40 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios
y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. “La justficación
entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la renovación del
hombre interior” (Cc. De Trento) (CIC 1989).
d) “La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la fe en
Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son
difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la
obediencia a la voluntad divina” (CIC 1991).
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e) La misericordia es “corazón para la miseria” y es propia de Dios. No hay otra
manera como Dios pueda encontrarse con el hombre sino por la misericordia. Esta es
la experiencia que todos necesitamos y que Dios quiere que todos los hombres
tengan.
¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? (Jn. 6, 28)
AL TERMINAR LA LECTURA PODRAN COMENTAR LAS IDEAS O LOS PÁRRAFOS
QUE MAS LE INTERESARON
RESUMEN
El Hombre en busca de la felicidad elige soluciones que lo han llevado a torcer su
corazón, desfigurar su rostro y condenarse a sí mismo. Los sentimientos de culpabilidad
y el conformismo con su pecado desfiguran el sentido de su vida y lo incapacitan para
conocer la voluntad de Dios.
Pero Dios no abandona la obra de sus manos, sino que se acerca al hombre para
hacerle la invitación gozosa de la conversión; ésta es obra de Dios, abarca un proceso
que se inicia con la irrupción de Dios en la vida del Hombre y dura toda la vida.
Agradar a Dios sólo depende de nuestros esfuerzos por cumplir sus mandamientos.
Lo único que queda al pecador es reconocer su pecado, pedir perdón, aceptar el
castigo y seguir adelante haciendo esfuerzos por ‘contentar’ a Dios con sus obras.
A Dios le agradan las obras, no nuestros buenos deseos: “obras son amores y no
buenas razones”. Si no tienes fuerzas para agradar a Dios debes resignarte a seguir así
toda la vida y esperar que al fin de tu vida ‘Dios te agarre confesado’.
Y también se expresan estas soluciones:
No aceptar la existencia del pecado y practicar la permisividad. Esto impide que se abra
en el corazón la bella flor de la conversión.
La falsa humildad, búsqueda ansiosa del propio abajamiento y en el fondo un orgullo
enmascarado. Es una expresión de un vago sentimiento de culpa que encadena al
corazón y lo paraliza, lo hace esquivar el momento de la verdad que permite conocer
el propio pecado.
Lo que Dios pide de nosotros es la Conversión
a) Las reacciones anteriores no son evangélicas, son más bien naturales, y a1gunas
hasta paganas. La Palabra de Dios, en cambio, nos enseña que:
• Dios envió a su Hijo para buscar a los pecadores, no a los justos. ¡Dios busca
pecadores!.
• La voluntad de Dios es que creamos en Jesucristo que vino a salvarnos del pecado
con su muerte y con su resurrección.
• Al pecador le pide que se convierta y ame mucho
b) Convertirse es ante todo reconocerse pecador, que ha ofendido a Dios. Los que se
creen justos no pueden fácilmente convertirse. Por eso Jesucristo nos dice: “los publicanos
y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios” (Mt. 21, 31). Ellos no tienen
dificultad en admitir que son pecadores porque sus pecados son evidentes.
c) Convertirse es cambiar la dirección de nuestra vida dirigiéndola hacia Dios, y
apartarnos de la dirección a la que nos conduce el pecado. Cada pecado marca una
dirección: busca lo que no es Dios como si fuera más importante que Dios. “La
penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una
conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión
del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo
tiempo comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la
misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón
va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron “animi cruciatus”
(aflicción del espíritu), “compunctio cordis” (arrepentimiento del corazón) Convertirse
es corregir esta dirección de nuestra vida y de cada uno de nuestros actos.” (CIC
1431).
Una palabra hermosa de los antiguos mexicanos, yolmelahualiztli, fue usada para significar
la “acción de enderezar los corazones”.
d) Convertirse es poner nuestra pecaminosidad ante Dios, con sinceridad y sencillez,
27
sabiendo que nuestra situación no es motivo para que El nos rechace; por el contrario,
nos busca con amor para que, si lo aceptamos, El nos cambie el corazón, del cual sale
todo pecado. Como dice un poeta:
Yo contigo, Señor, herido y ciego;
tú conmigo, Señor, enfebrecido,
el aire quieto, el corazón en fuego.
Y en diálogo sediento y torturado.
Se encontrarán en un solo latido,
Cara a cara, tu amor y mi pecado.
No hay una experiencia más dulce en la vida que el encuentro con la misericordia de
Dios.
e) “La conversión es una lucha con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no
cesa de llamarnos” (CIC 1426). “Es el movimiento de un corazón contrito” (Sal. 51,19),
atraído y movido por la gracia (Cfr. Jn. 6, 44; 12, 32) a responder al amor misericordioso
de Dios que nos ha amado primero (Cfr. Jn. 4, 10) (CIC 1428).
f) La contrición, la compunción del corazón y la aflicción de espíritu nada tienen que ver
con un malsano complejo de culpa. Contrición significa literalmente “hacer pedazos” y
se refiere a deshacer todo lo que en el corazón cubre la imagen de Dios que hay en
nosotros; compunción, significa, también literalmente, hacer una punción para que
salga el mal, no para destruir. La aflicción del corazón es el dolor amoroso de quien ha
ofendido a quien le ama.
Las consecuencias de la Conversión.
a) La conversión rompe el dique del pecado y Dios irrumpe con la violencia de su
amor sobre nosotros. “La ira de Dios se enciende contra toda iniquidad” (Cfr. Rm. 1, 18).
Cuando el pecado esclaviza a “la única criatura a la que Dios ama por sí misma”, el
hombre, El no puede menos que encolerizarse. Pero la ira de Dios se convierte en un
fuego devorador “Yahvé, tu Dios, es un fuego devorador, un Dios celoso” (Dt. 4, 24).
b) Dios anda tras del pecador con amor de quien ha sido abandonado: “tanto amó Dios
al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga
vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por El” (Jn. 3, 16-17). El conocimiento de Dios no se logra por la
exposición de ideas hermosas, sino por la experiencia de su misericordia.
c) “La primera obra de la gracias del Espíritu Santo es la conversión, que obra la
justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio. “Convertios porque el
Reino de los cielos está cerca” (Mt. 40 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios
y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. “La justficación
entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la renovación del
hombre interior” (Cc. De Trento) (CIC 1989).
d) “La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la fe en
Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son
difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la
obediencia a la voluntad divina” (CIC 1991).
28
e) La misericordia es “corazón para la miseria” y es propia de Dios. No hay otra
manera como Dios pueda encontrarse con el hombre sino por la misericordia. Esta es
la experiencia que todos necesitamos y que Dios quiere que todos los hombres
tengan.
¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? (Jn. 6, 28)
AL TERMINAR LA LECTURA PODRAN COMENTAR LAS IDEAS O LOS PÁRRAFOS
QUE MAS LE INTERESARON
RESUMEN
El Hombre en busca de la felicidad elige soluciones que lo han llevado a torcer su
corazón, desfigurar su rostro y condenarse a sí mismo. Los sentimientos de culpabilidad
y el conformismo con su pecado desfiguran el sentido de su vida y lo incapacitan para
conocer la voluntad de Dios.
Pero Dios no abandona la obra de sus manos, sino que se acerca al hombre para
hacerle la invitación gozosa de la conversión; ésta es obra de Dios, abarca un proceso
que se inicia con la irrupción de Dios en la vida del Hombre y dura toda la vida.
TRABAJO PERSONAL
DOMINGO
Jr. 4, 1-3 Decídete a volver.
Ez. 36, 24- 28 Ora y medita lo que Dios hará en tu favor.
LUNES
Ez. 33, 10-11 Te conviene convertirte.
Am, 5, 4-6. 14-16 Ora y medita lo que puedes hacer.
MARTES
Mc. 1, 15;
Mt. 3, 1-3;
Lc. 3, 4- 6 Dios te hace la invitación.
Mc. 10, 46- 52 Ora y medita lo que Dios quiere hacer contigo.
MIERCOLES
Jl. 2, 13- 4 Prepárate convenientemente.
Hch. 2, 37- 41 Ora y medita lo que puede implicar tu conversión.
JUEVES
Os 2,16-20 Tu conversión es posible, Dios mismo la realizará.
St. 4, 4- 10 Ora y medita lo que puede implicar tu conversión.
VIERNES
Lc. 15, 11- 25 Dios y tu Iglesia te esperan.
Lc. 1, 4- 7 Ora y medita sobre la obra salvadora del Señor.
SABADO
Jn. 2, 1- 5 No estás sólo, María camina contigo.
Lc. 2, 51- 52 Ora, medita y guarda la Palabra en tu corazón.
APRENDE DE MEMORIA
Mt. 1, 28- 29: “Venid a mí los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso.
Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”
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