martes, 2 de junio de 2009

La renovación en el espíritu santo.


La efusión del don del Espíritu
1. La efusión del Espíritu o bautismo en el Espíritu Santo.
Uno de los elementos más significativos de la Renovación en el Espíritu Santo, muy estrechamente unido al encuentro personal con Cristo glorificado es la oración por “efusión del don del Espíritu Santo” llamada también “renovación de nuestro bautismo mesiánico” o impropiamente “bautismo en el Espíritu Santo”. La expresión tiene su origen en aquel texto de los hechos de los apóstoles: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizado en el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hch 1,5; 11,16). Y fue en Pentecostés cuando se llevó a cabo la promesa del Señor Jesús.
¿En que consiste esa “efusión del Espíritu Santo”, o “ser bautizado en el Espíritu Santo” o “bautismo en el Espíritu “?
2. Es una oración de fe, no es un acto sacramental.
Ante todo, no se trata de ninguna manera de un sacramento. Sabemos, en efecto, que el hombre “se hace cristiano” mediante un proceso. Ese proceso comprende: a) La conversión y la fe en Cristo Jesús; b) y la recepción de los sacramentos de iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía (1Cor 12,13; Gal 3,26-27; 4,6; Rm 6,3-4; 8.9.14-17; Jn 6,51-58).
Por tanto, todo aquel que ha recibido los sacramentos de la iniciación cristiana ha sido hecho hijo de Dios, ha sido incorporado a Cristo muerto y resucitado, ha recibido el don del Espiritu Santo, y puede participar en la Eucaristía, banquete de la Nueva Alianza.
La oración por “efusión del Espíritu Santo” consiste en la oración, llena de fe y esperanza, que una comunidad cristiana eleva a Jesús glorificado para que derrame su Espíritu, de manera nueva y en mayor abundancia, sobre la persona que ardientemente lo pide y por quien los demás oran.
Esa oración se hace de ordinario mediante la imposición de las manos, la cual no es ni un ademán mágico, ni un rito sacramental, sino un gesto sensible de amor fraterno, una expresión elocuente de comunión humana, un signo externo de solidaridad en la oración, con el deseo ardiente, sometido a la voluntad de Dios, de que Jesús derrame sobre nuestro hermano el don del Espíritu Santo que El nos ha comunicado.
3. Es una nueva misión del Espíritu Santo.
Esta nueva efusión de Espíritu Santo puede explicarse a la luz de la teología de las “misiones divinas”. Que el Espíritu Santo sea enviado o que venga de nuevo, no quiere decir que se desplace, sino que surge en la criatura una relación nueva para con el Espíritu: o bien porque antes nunca estuvo allí, o bien porque empieza a estar a estar de diferente manera a como estuvo antes.
Inclusive, tratándose de una persona que se encuentra en estado de gracia y que por lo tanto es habitada por el Espíritu Santo, puede decirse que el Espíritu Santo le es enviado de nuevo . Santo Tomás de Aquino lo enseña claramente. La misión del Espíritu Santo se da o bien por el aumento de la gracia cuando alguien es elevado a un nuevo estado de gracia, o bien por el progreso de la virtud, o bien por la manifestación de un carisma del Espíritu. Santo Tomás mismo ofrece los siguientes ejemplos: cuando alguien, ardiendo en fervor de caridad, se expone al martirio o renuncia a lo que posee o acomete cualquier otra empresa árdua; o cuando alguien progresa en el don de los milagros o de la profecía.
4. Es una gracia que renueva y actualiza las gracias ya recibidas.
En términos sacramentales, esta nueva efusión del Espíritu es una gracia que renueva, actualiza de manera existencial y pone en actividad el rico caudal de gracias que Dios ha dado a cada uno a través de los sacramentos recibidos.
En unos, pondrá en actividad lo recibido solo en el bautismo y en la confirmación; en otros, lo que Dios ha dado a través de la reconciliación y de la eucaristía. En éstos activara la gracia matrimonial; en aquellos renovará el carisma sacerdotal. Y de manera análoga, esta gracia beneficia también los carismas del propio estado de vida y de la vocación personal: en unos hará vivir en plenitud el llamamiento a un estado de simple soltería; en otros llevará a la perfección el don de una virginidad consagrada en la vida religiosa.
En esta perspectiva, la efusión de Espíritu Santo en la Renovación tiene una semejanza notable con el bautismo en el Espíritu que recibieron los Apóstoles el día de Pentecostés, ¿no estaban acaso también ellos perfectamente equipados con multitud de gracias equivalentes a nuestros sacramentos?
5. Es una gracia que libera de obstáculos y ataduras.
Esta efusión del Espíritu Santo puede también comprenderse de la siguiente manera. Según la palabra de San Pablo, “todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu y hemos bebido del mismo Espíritu” (1Cor 12,13); siendo así, desde el primer momento de nuestra incorporación a Cristo por los sacramentos de iniciación, poseemos el Espíritu Santo, el cual habita en nosotros como en su propio templo (1Cor 6,19). Y allí esta toda la plenitud de su ser infinito y con la potencialidad de su actividad divina. Sin embargo, debido a los obstáculos, diques y barreras que voluntaria o involuntariamente ponemos, la acción del Espíritu Santo no llega a manifestarse en nosotros en toda su plenitud.
En esta circunstancia esta nueva efusión del Espíritu Santo es una gracia de Dios que rompe la dureza de nuestro corazón, remueve las trabas, derriba los obstáculos y nos dispone para que el Espíritu actué en nosotros con toda libertad. Todas estas son gracias de “liberación”, que el Espíritu Santo obra en el interior del creyente, haciéndolo crecer en esa “libertad para la cual Cristo nos libertó” (Ga 5,1).
6. Es una nueva experiencia del Espíritu.
El primer efecto de esta gracia es tener una “experiencia del Espíritu” que habita en el corazón del creyente, la cual perfectamente cuadra en el marco de nuestra teología tradicional.
“Sobre el modo común como Dios está en todas las cosas —enseña Santo Tomás— hay otro especial que conviene a la criatura racional, en la cual se halla Dios como lo conocido en el que conoce y lo amado en el que ama. Y, conociendo y amando, el hombre toca al mismo Dios que habita en él como en su templo. Y esto es solamente por la gracia santificante.
Además —continua el autor— decimos que en verdad tenemos algo, cuando libremente podemos usar o disfrutar de ello. Pues bien, por la gracia santificante, no solo poseemos al Espíritu Santo que habita en nosotros, sino que tenemos el poder de disfrutar de la Persona divina”
7. Es principio de vida nueva.
Como consecuencia de esa “efusión de Espíritu Santo”, que es apertura al Espíritu y a su acción soberana, vendrá una verdadera eclosión de vida que se manifestará en “frutos” de santidad y en “carismas” para edificar la Iglesia.
Permítasenos enumerar, a manera de ejemplo, algunos de los frutos que se perciben aquí y allí después de esa oración implorando la nueva vida del Espíritu:
• conversión interior radical y transformación profunda de la vida;
• luz poderosa para comprender mejor el misterio de Dios y su plan de salvación;
• nuevo compromiso personal con Cristo;
• apertura sin restricciones a la acción del Espíritu Santo; - ejercicio activo de las virtudes teologales: fe, amor, esperanza;
• entrega generosa al servicio de los demás dentro de la Iglesia;
• gusto por la acción y amor a la Sagrada Escritura;
• búsqueda ardiente de los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía;
• revaloración de la misión de la Virgen Maria en el plan de redención;
• amor a la Iglesia y a sus instituciones;
• fuerza divina para dar testimonio de Jesús en todas partes;
• ansias de un ilimitado radio de apostolado.
8. Es fuente de frutos y carismas del Espíritu.
Esta “nueva misión del Espíritu” (empleando la terminología de Santo Tomás) beneficia al creyente en todo su ser, tocando “su espíritu, su alma y su cuerpo” (1 Ts 5,23). Por eso es del todo normal y de ninguna manera extraño que, con ocasión de la efusión del Espíritu (ya sea durante la oración misma o poco después o días más tarde), la persona tenga una singular “experiencia de Dios” y de su acción, no solamente de sus frutos espirituales, sino de sus efectos sensibles, por ejemplo: una paz como jamás la había sentido, un gozo como nunca lo había experimentado, la curación inclusive de una enfermedad psicológica o corporal.
Más aún, es también natural que con esta ocasión se vayan manifestando en el creyente carismas “para el bien común” , como los enumerados por S. Pablo en Cor 12,7-11; Rm 12,6-8.
9. Es apertura total para recibir el Espíritu Santo.
Es muy útil subrayar también que recibir esa efusión de Espíritu Santo no es lo mismo que hacer una consagración al Espíritu Santo. En la consagración predomina una actitud activa: la persona se da, se ofrece, se entrega, se consagra al Espíritu Santo para que El realice los planes que Dios tiene sobre ella. En cambio, en la efusión del Espíritu prevalece una actitud pasiva: se pide a Jesús glorificado que derrame su Espíritu divino, con la abundancia de sus dones, sobre la persona por quien se ora. Esta actitud activamente pasiva es semejante a la Virgen María cuando respondió a la voluntad de Dios, manifestada por el ángel Gabriel: “¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38).
10. Es el inicio de un nuevo caminar en el Espíritu.
Finalmente, hay que notar que esta “efusión de Espíritu” no cubre todas las riquezas de la Renovación ene Espíritu Santo. Así como el bautismo en el Espíritu no fue para los Apóstoles sino el inicio de una nueva vida nueva en el nuevo Pueblo de Dios (Hch 1,5-8; 2,1-13) así también esta efusión de Espíritu no es en la Renovación un termino, sino solamente el principio, el arranque de una nueva vida, de un nuevo caminar al impulso del Espíritu, de un vivir realmente en plenitud de la vida cristiana (Ga 5,16-25).
Como fácilmente puede verse, esa “efusión de Espíritu” es muy importante y tiene grandes consecuencias para la vida del cristiano. Siendo así, vale la pena —pastoralmente hablando— preparar debidamente a las personas para este acontecimiento. Esta preparación coincide con la “evangelización primera”.
S.S. Juan XXIII anhelaba como un nuevo Pentecostés para la Iglesia, y el Papa Pablo VI imploraba, el 9 de mayo de 1975, “una nueva efusión del don de Dios: ¡Que venga pues, el Espíritu creador a renovar la faz de la tierra!” .
Pues bien, “sin que ello suponga desconocer o despreciar lo que germina, crece y florece por doquier, podemos decir que la Renovación, en su nivel y a su manera, es una respuesta a la espera pentecostal expresada por Juan XXIII y por Pablo VI, quien habló también de que ‘la Iglesia tiene necesidad de un perenne Pentecostés’ ”
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TEXTO: Tomado del libro LA RENOVACION EN EL ESPÍRITU SANTO del P. Salvador carrillo Alday (pagina nº 45-52)
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