viernes, 27 de febrero de 2009

Cuaresma




Por P. Enrique Sánchez G.
Misionero comboniano



Estamos por iniciar el tiempo de la cuaresma, cuarenta días que se antojan como un gran reto para salir de lo ordinario y rutinario de nuestras vidas y hacernos un poquito más sensibles a lo de Dios.
Se trata de cuarenta días que quieren servir de pretexto para que dejemos a un lado muchos de nuestros letargos espirituales y abandonemos la rigidez que nos ha ido paralizando e impidiendo ir a horizontes más extensos en donde podamos respirar un poco más el don de la vida que sólo Dios nos puede dar.
Cuarenta días para salir de los escondites en donde, tal vez sin quererlo, nos hemos ido refugiando o atrincherando, conformándonos con estilos de vida raquíticos y mediocres que nos han hecho creer que podemos ser felices dándonos un mundo a nuestra medida.
Son días para permitirnos la oportunidad de hacer un alto en nuestro caminar, por momentos agobiante, en el que la confusión y los imprevistos desagradables han hecho que perdiésemos el rumbo o que simplemente la frustración, el desencanto o el cansancio nos han obligado a sentarnos a un lado del camino, hartos de todo e insatisfechos de lo esencial.
La cuaresma, podríamos traducir esta palabra libremente diciendo que se trata de una oportunidad para que volvamos a lo importante, a lo no negociable, a aquello que no se puede hipotecar de nuestras vidas. Oportunidad para que simplemente tomemos conciencia de lo que valemos a los ojos de Dios.
Bien podría ser el tiempo para darnos el lujo de hacer el camino, junto a Jesús, que nos lleve a transitar por las avenidas de su pasión, por las calles de su calvario y por los puentes de su resurrección.
Cuarenta días para reconciliarnos con la pasión que está presente en nuestras historias cotidianas de odios, envidias, celos, mentiras, de violencia y de muerte.
Días para entrar en la pasión que vive Jesús, también hoy, en el drama de tantas personas que sufren ahí, muy cerca de nosotros. Pasión dolida en tantas experiencias de frustración e impotencia impresa en el rostro desesperado de muchos de nuestros contemporáneos que ven el futuro sin esperanzas y más bien como un panorama lleno de amenazas.
Pasión que experimentamos en nuestra propia carne cuando nos pone delante de nuestras muchas fragilidades y miserias, de nuestras incoherencias y corruptelas, de nuestros vicios y maldades.
Pero también, hay que decirlo, pasión que nos purifica y que nos ayuda a descubrir en el fondo de nuestros corazones nuestras más auténticas verdades: somos de Dios y en Cristo la pasión se hace crisol para que brille lo de Dios que llevamos dentro como algo generador de nuestras más auténticas felicidades.
Cuarenta días para asociarnos por un momento a la procesión que nos lleva de nuestras pobres realidades a la cima del Calvario en donde se escribió la página más significativa de cada una de nuestras historias.
Tiempo para cargar, sin protestar, con las cruces que nos recuerdan nuestro ser humanos, frágiles y pecadores. Camino de la cruz en el que reconoceremos la importancia del sacrificio, del valor de la renuncia, del significado de tantos sufrimientos, de lo indispensable de la perseverancia, de lo sabio del abandono.
Camino al calvario que se vuelve calzada en la que acogemos con sencillez la sabiduría de la tolerancia, la grandeza de la paciencia y lo maravilloso de la entrega gratuita que jamás serán aplaudidas ni comprendidas por los entendidos de nuestro mundo materializado, calculador y egoísta.
Camino de la cruz en el que aceptamos que Jesús nos ayude, que él cargue con lo que nos resulta insoportable, absurdo o simplemente inaceptable.
Cuarenta días para que intentemos comprende que Dios nos ha amado tanto que aceptó morir de amor en una cruz y lo sigue haciendo aunque los bien pensantes de hoy sigan afirmando que es algo intolerable.
Cuarenta días que se convierten en unas cuantas semanas, en un tiempo demasiado corto, para abrirnos al misterio infinito de la resurrección, de la vida nueva que es la nuestra.
Cuarenta días que se transforman en puentes que nos permiten pasar de nuestros panoramas desoladores a los horizontes infinitos en donde la muerte ya no puede gritar victoria, en donde la violencia ya no puede imponer su espectro de dolor, en donde el miedo y la angustia ya no tienen cabida, en donde, desde la sencillez que nos hace hijos amados en el Hijo, en Jesús, todos podemos vivir la vida que no se puede contener en cuarenta días, simple y sencillamente porque se trata de una vida que no tiene fin.
Buena cuaresma a todos y todas las que se permitirán abrir el corazón para que sea inundado por el Amor, que con gran humildad ha aceptado la pasión, se ha cargado de la cruz y nos ha hecho nacer a la vida única del Resucitado.

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