lunes, 23 de febrero de 2009

Marcos 9,14-29.



Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en
medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas.
En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a
saludarlo.
El les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?".
Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de
un espíritu mudo.
Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la
boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus
discípulos que lo expulsaran pero no pudieron".
"Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuando estaré con ustedes?
¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Tráiganmelo".
Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió
violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por
la boca.
Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la
infancia, le respondió,
y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes
hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos".
"¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree".

Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca
fe".
Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole:
"Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más".
El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo
como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto".
Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie.
Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron:
"¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?".
El les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración".


Santa Teresa de Ávila (1515-1582), carmelita descalza, doctora de la Iglesia
El Castillo interior, 6ª morada, c. 4

«Tengo fe, pero dudo, ayúdame»

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